Capítulo 6 – Comportamiento y socialismo

La polémica entre los deterministas biológicos (para los cuales el comportamiento humano está regulado por nuestros genes) y los que, entre ellos los socialistas, dicen que, por lo contrario, el comportamiento humano es adquirido de nuestro medio social, no es acerca de los hechos de cómo se comportan los humanos. El comportamiento agresivo, la codicia y el predominio del macho son rasgos de la vida contemporánea. El asunto no es el de si existen o no tales comportamientos sino el de qué los causa.

En uno de sus libros Ardrey escribió que “no hay gran diferencia entre un modo de acción aprendido de la tradición social y otro dirigido por la compulsión innata” (The Hunting Hypothesis, p. 132). En cuanto a lo que concierne a la propia acción esto es cierto. La conducta agresiva es conducta agresiva independientemente de qué la cause. Pero cuando se llega al punto de qué podría hacerse al respecto hay todo un mundo de diferencia. Si está “dirigida por compulsión innata”, entonces eso es todo, no hay mucho que hacer, tendremos que vivir con esa carga a cuestas. Si, por otro lado, es “aprendida de la tradición social” entonces sí podemos hacer algo: podemos cambiar la tradición social. Tal vez ese cambio tenga que ser lento y no pueda llevarse a cabo de inmediato, pero lo cierto es que sí es posible.

La objeción socialista al determinismo biológico no es que sea determinista. Como materialistas, estamos de acuerdo en que todo, incluida la conducta humana, tiene una causa material; nuestra controversia con los deterministas biológicos es que no han sabido identificar la causa determinante del comportamiento humano: que es la sociedad y no la biología. En rigor, algunos de ellos, como TH Huxley y Haeckel, y en la actualidad EO Wilson y Richard Dawkins, han sido aliados valiosos en la batalla ideológica contra la religión, en particular contra su dogma presente de que, si bien pudo ser la selección natural la que creó nuestros cuerpos, fue un ser sobrenatural el que nos dotó de razón y de un indeciso “libre albedrío”.

Los socialistas defienden el hallazgo de que el comportamiento humano es adquirido y no innato, porque esto es lo que muestran las pruebas recabadas. La conducta humana durante todas las épocas ha sido tan diversa que es imposible llegar a la conclusión de que, para continuar con nuestros ejemplos, la agresión, la rapacidad y el predominio del macho sean universales; y no sólo durante todas las épocas sino ni siquiera hoy es mostrado tal comportamiento por todas las personas que hoy viven. Lo que esto sugiere es que los humanos como especie poseen la capacidad de comportarse de las maneras más diversas y que es esta flexibilidad y polifacetismo conductual es precisamente la “naturaleza humana”.

Confirman esta afirmación los estudios de la dotación genética de los humanos. Nuestros cerebros están adaptados para adquirir nuevos comportamientos y para pensar de modo abstracto y de comunicarse por medio de un lenguaje estructurado que se funda en símbolos abstractos, y tenemos un prolongado lapso de crecimiento, gobernado biológicamente, durante el cual aprendemos intensivamente, en particular el lenguaje y las destrezas sociales. La neurociencia está haciendo avances en lo tocante a cómo funciona el cerebro, pero no se está descubriendo nada que indique que las pautas de comportamiento complejo, como la agresión y la posesividad sean, o incluso puedan ser, innatas. Muy por el contrario, lo que los neurocientíficos están tratando de develar es lo que hay en la constitución y el funcionamiento de nuestros cerebros que permite a los humanos tener un repertorio de muchas más conductas que cualquier otro animal.

Los argumentos en contra, aducidos por los deterministas biológicos en oposición al determinismo social no son nada impresionantes. Uno de ellos es que los deterministas sociales predican que la naturaleza humana es buena, el mito del “salvaje noble”. “Bueno” y “malo” no son conceptos que la ciencia emplee, pero, en la medida en que la cristiandad predica la “depravación innata” de los humanos, entonces al rechazar tal afirmación los socialistas están efectivamente diciendo que la naturaleza humana no es “mala”. Pero esto no es lo mismo que decir que por lo tanto es “buena”, que los humanos son una suerte de ángeles que sólo piensan en el bien de los demás. De hecho, los humanos no son ni “buenos” ni “malos” sino que las condiciones sociales, entre ellas la educación, son las que los hacen.

La segunda acusación es que los deterministas sociales creen que se puede tomar a cualquier ser humano y moldearlo para que sea cualquier cosa. Es verdad que algunos materialistas, como el pionero socialista Robert Owen y los conductistas norteamericanos JB Watson y BF Skinner neciamente llegaron casi a adoptar esa posición. También es verdad que algunos deterministas socialistas han empleado palabras como “maleable”, “educable” y “plástico” que podrían sugerir que la adquisición de comportamientos por los humanos es un condicionamiento pasivo, lo cual no es así. Sin embargo, los marxistas no pueden declararse culpables pues Marx, en fechas tan tempranas como los años cuarenta del siglo XIX, señaló que los humanos desempeñaban un papel activo en la relación entre ellos mismos y sus medios a la vez que criticó a otros materialistas por no tomar en cuenta tal hecho.

Las personas sí tienen capacidades diferentes heredadas biológicamente (aun cuando la mayoría de las personas que hoy viven han aprendido mucho más de lo que les permiten las condiciones sociales presentes). Cada individuo humano es único y cada uno de nosotros ha heredado, mediante nuestros genes, no sólo rasgos físicos diferentes sino también capacidades de aprendizaje diferentes. La llamada disputa “crianza/naturaleza” (en la medida en que tenga algún sentido) se aplica a los humanos individuales, no a la totalidad de la especie. Virtualmente todo el comportamiento humano es adquirido, pero algunos humanos pueden aprender más o cosas diferentes mejor que otros. Este hecho de la biología de ningún modo menoscaba la propuesta socialista ya que el objetivo del socialismo no es hacer que todos los individuos sean exactamente iguales unos a otros, sino permitir que cada uno de ellos tenga la completa oportunidad de desarrollar sus capacidades. De hecho, aun cuando los racistas llegaran a demostrar que tienen razón en cuanto a que un grupo de humanos fuese menos capaz de aprender que otros humanos (lo que desde luego no han logrado demostrar, sino precisamente lo opuesto) esto no invalidaría la causa por el socialismo. El antiguo principio socialista de “de cada quien según sus capacidades; a cada quien según sus necesidades” se basa en que las personas poseen capacidades diferentes, cualesquiera que éstas sean, pero que cada quien tiene el mismo derecho de satisfacer sus necesidades.

¿Pero cómo, si la gente ha aprendido a conducirse de modos adaptados a la sociedad capitalista, puede cambiar su comportamiento adecuándose a lo propio de una sociedad socialista? Robert Owen pensó que sabía la solución; una minoría ilustrada trabajaría para cambiar las condiciones de vida de la mayoría, una vez que estas condiciones hubiesen sido cambiadas, en respuesta a ese cambio la gente cambiaría también su comportamiento (pensó Owen). Lenin sostuvo una posición fundamentalmente semejante: bajo el capitalismo los trabajadores fueron incapaces de adquirir consciencia socialista; sólo uno minoría pudo cambiar; esta minoría debía trabajar para arrebatar el poder político a los capitalistas y luego usarlo para educar a la mayoría en las ideas y los patrones de comportamiento socialistas. Tanto Owen como Lenin propugnaban por lo que hoy se llamaría “ingeniería social”.

Lo anterior no es lo que el Partido Socialista propone. Concordamos con la crítica que hizo Marx de la proposición de Owen, en 1845, calificándola de ineficaz y elitista:

La doctrina materialista concerniente al cambio de circunstancias y de educación olvida que las circunstancias son cambiadas por los hombres y que el educador mismo debe ser educado. Esta doctrina tiene que dividir, por tanto, a la sociedad en dos partes, una de las cuales es superior a la sociedad.

Y esto acaba con el dilema:

La coincidencia de cambiar las circunstancias y la actividad humana o autocambio solo puede aprehenderse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria (“Tesis sobre Feuerbach”, traducción en Karl Marx, Selected Writings in Sociology and Social Philosophy, compilador TB Bottomore y M. Rubel, Pelican, 1963, pp. 82-83).

En otras palabras, la gente educada bajo el capitalismo puede cambiar tanto sus circunstancias como a sí misma al mismo tiempo. El cambio revolucionario del capitalismo al socialismo no puede ser producido por una élite educada, por muy buenas que sean sus intenciones; tal cambio sólo puede ser obra de la mayoría de la gente una vez que hayan aprendido, de vivir bajo el capitalismo, que si van a tener mejores vidas deben establecer el socialismo como sistema de la sociedad basada en la propiedad común y el control democrático ejercido por todo el pueblo de los recursos productivos de la sociedad.

En cuanto el socialismo haya sido establecido cambiarán las condiciones sociales, muy marcadamente en dos aspectos: primero, los individuos humanos ya no tendrán ningún problema de aprovisionamiento material. Todos tendrán por derecho acceso a las cosas que necesitan para vivir y disfrutar de la vida, como alimento, ropa, vivienda, servicio médico, transporte y entretenimiento. Considerando que todo lo mencionado es una preocupación constante para todos menos para los muy ricos y cuánto de nuestro tiempo y energía reclama, esto representará un gran cambio de las condiciones en que vivimos. Desde luego, habrá que seguir trabajando para producir los bienes y servicios a los cuales la gente tendrá libre acceso, pero esto será asunto de organización y el trabajo se desempeñará en condiciones diferentes (por ejemplo, voluntaria y no coercitivamente, sin jefes ni apresuramientos para concluirlo).

En segundo lugar, con la abolición de la sociedad en dos clases con intereses antagónicos, en que una trata de explotar el trabajo de la otra tanto como sea posible y con la otra resistiéndose, habrá, por primera vez desde la desintegración del comunismo primitivo tribal en que los humanos vivieron por decenas de miles de años, una comunidad genuina con intereses sociales genuinamente comunes. Esto representará también un gran cambio de las condiciones sociales comparadas con las de hoy en día.

La llegada del socialismo no requerirá de grandes cambios de la forma en que nos conducimos, sino tan solo acentuar algunas de las conductas que la gente ya muestra hoy (amistad, servicio, cooperación) a expensas de las conductas que el capitalismo alienta. El capitalismo tiene la cultura generalizada de violencia, competitividad y rapacidad, y bajo presión la gente adapta su comportamiento a tales circunstancias. En el socialismo esta cultura desaparecerá y el comportamiento de la gente no será modelado por ella.

Claro está que a veces la gente se sentirá frustrada y molesta y esto ocasionalmente se expresará en un acto de agresión, pero se tratará de un acto aislado e individual. Los actos de violencia sociales como la guerra, el adiestramiento para la guerra, el terrorismo, el crimen violento, el vandalismo y otros actos por el estilo desaparecerán, conforme las condiciones sociales que los generaban y sostenían hayan desaparecido.

Tampoco el socialismo nos exigirá que súbitamente todos nos volvamos altruistas, y que pongamos los intereses de los demás por encima de los propios. De hecho, el socialismo no demandará de la gente más altruismo que el que hoy en día manifiestan (comportamiento mucho más difundido de lo que los deterministas biológicos están dispuestos a admitir y que les presenta el insoluble problema teórico de cómo pudo haber evolucionado un gen para tal comportamiento, gen en el que se ven obligados a creer). Todavía nos preocuparemos principalmente por nosotros mismos, por satisfacer nuestras necesidades, la urgencia de ser bien considerados por los demás así como por nuestras necesidades materiales. Indudablemente desearemos “poseer” nuestro cepillo de dientes, nuestra ropa y otras cosas de uso personal, y sentirnos seguros en nuestra ocupación física de la casa o departamento en que vivamos, pero una u otro serán sólo nuestra vivienda y no un valor financiero.

Tal comportamiento “egoísta” seguirá existiendo bajo el socialismo pero la rapacidad alentada por el capitalismo dejará de existir. Bajo el capitalismo tenemos que buscar la manera de acumular dinero ya que cuanto más dinero se tenga mejor se pueden satisfacer las necesidades materiales, y como seguro por si las cosas llegan a ponerse mal (como perder el trabajo) o como algo que legar a nuestros hijos o nietos. Por tanto, la gente está obligada por sus circunstancias materiales a tratar de conseguir dinero, por medios correctos o incorrectos y, de ser necesario, en detrimento del de los demás. Tal es la razón de que se también se llame al capitalismo “la sociedad codiciosa”.

El socialismo no puede ser una “sociedad codiciosa” y no necesitará serlo, pues cada quien podrá satisfacer sus necesidades materiales por derecho y sin necesidad de pagar dinero. De hecho, porque los recursos productivos y el producto social será de propiedad comunal no habrá necesidad de dinero; sólo bienes como productos útiles y servicios listos para ser distribuidos a fin de que la gente los tome y los use. Y, como la gente podrá siempre estar segura de que las tiendas estarán bien abastecidas de los productos necesarios, no habrá incentivo para apoderarse de ellos y acumularlos, lo cual sería un comportamiento tan irracional como injustificado en las nuevas condiciones sociales.

El científico y visionario Carl Sagan lo expresó con extraordinaria claridad:

Los humanos ha evolucionado gregariamente. Disfrutamos de la mutua compañía, nos cuidamos unos a otros. El altruismo está aunado a nosotros. Brillantemente hemos descifrado algunas de las pautas de la Naturaleza. Tenemos motivación suficiente para trabajar juntos y la capacidad para entender cómo hacerlo. Si estamos dispuestos a contemplar una guerra atómica y la total destrucción de ésta nuestra sociedad global que esta surgiendo, ¿no debemos estar dispuestos también a contemplar la reestructuración íntegra de nuestras sociedades? (Cosmos, Futura, 1987, p. 358).