Capítulo 3 – ¿Cómo llegamos aquí?

En 1936 el arqueólogo V. Gordon Childe escribió el libro El hombre se hace a sí mismo. Aunque hoy se habría justificado cambiar el título por “Los humanos se hacen a sí mismos”, el título expresaba un aspecto clave de la evolución de las primeras formas del género Homo en Homo sapiens: no fue de modo puramente biológico que los comportamientos adquiridos por las primeras formas de Homo, y que pasaron de una generación a la siguiente por medios no biológicos, desempeñaron su papel en ese paso evolutivo.

O sea que, aun las características heredadas biológicamente y gobernadas por los genes de nuestra especie fueron en parte producto del comportamiento adquirido y no controlado por los genes. Estos comportamientos tuvieron que ver en su totalidad con la manera como utilizar partes del resto de la naturaleza en pro de sus capacidades de supervivencia, en particular cómo hacer y usar herramientas y cómo forrajear (cazar y hurgar entre despojos en busca de carne, y recolectar raíces, plantas, frutas e insectos) colectivamente.

Se piensa que los primeros animales que los antropólogos clasifican como pertenecientes al género Homo aparecieron hace unos 2.5 millones de años en las sabanas (pastizales desarbolados) de África Oriental y son clasificados en tal género por su gran capacidad cerebral comparada con las especies de monos antropomorfos de los cuales evolucionaron. Fue ésta también la época en que se empezaron a hacer las primeras herramientas de piedra. La evolución de las formas más antiguas del Homo en, primero, el ahora extinto Homo erectus (hace unos dos millones de años) y, luego, en el Homo sapiens (hace entre 200,000 y 100,000 años), también en las sabanas africanas, es en esencia la evolución, en animales que ya caminaban en dos pies, de un cerebro cada vez más grande y también de un sistema vocal cada vez mejor adaptado al habla y de un periodo más prolongado de desarrollo para alcanzar la madurez.

Todos estos rasgos biológicos están ligados unos con otros. Un sistema vocal más eficiente permite un lenguaje hablado estructurado, que a su vez implica el pensamiento abstracto, mientras que un periodo de crecimiento más prolongado significa mayor tiempo durante el cual aprender comportamiento no gobernado por los genes. Todo esto presupone mayor capacidad cerebral. Los humanos necesitan esta mayor capacidad, comparada con el tamaño de su cuerpo, que la de los demás animales porque el trabajo cerebral extra que implica pensar, aprender y el comportarse modos nuevos, requiere de esa mayor capacidad.

Lo que distingue a los seres humanos de los demás animales no es tanto su proporción mayor de comportamiento adquirido en contraste con el regulado por sus genes, ni siquiera el recurso inmensamente superior que los humanos tienen de hacer a su modo otras partes de la naturaleza para ayudarlos a sobrevivir. Estas son diferencias cuantitativas, con las que los humanos sobrepasan lo que muchos otros animales hacen. La diferencia cualitativa entre los humanos y los demás animales y que está detrás de las diferencias cuantitativas es la única cosa que sólo los humanos hacen y de hecho que sólo los humanos son capaces de hacer: pensar de modo abstracto, esto es, pensar en cosas que no están percibiendo de manera física. Esto implica la capacidad de representarse una cosa mediante un símbolo y en vez de la cosa pensar en ese símbolo. Tal es la razón de que el pensamiento abstracto sea conocido también como “pensamiento simbólico”, es decir, pensar con símbolos. Los símbolos en cuestión son palabras, los nombres que los humanos damos a las cosas y que empleamos al pensar en esas cosas sin tener que estarlas percibiendo al mismo tiempo. Así, el pensamiento abstracto y el lenguaje estructurado están ligados indisolublemente. Sin lenguaje no podría haber pensamiento abstracto o simbólico; el lenguaje, al servir para nombrar partes de nuestro medio, suministra los símbolos con los cuales pensamos. Los demás animales se envían señales mutuamente y esto puede considerarse una especie de lenguaje, aunque serían mejores términos como protolenguaje o prelenguaje, pero la diferencia fundamental entre éste y nuestro lenguaje es que el primero no implica pensamiento abstracto; las señales son emitidas siempre en presencia física de la cosa o situación que se está señalando.

Incluso a los humanos se les describe como la “especie simbólica” porque son la única especie que usa el pensamiento abstracto con símbolos. Tal forma de pensar demanda una elevada potencia cerebral, y un cerebro más poderoso sólo habría evolucionado mediante el proceso de evolución natural, si el empleo del pensamiento abstracto con símbolos como ayuda para sobrevivir en el resto de la naturaleza hubiera agregado valor de supervivencia. No es difícil ver que esto habría sido el intercambio de experiencias, comunicar las destrezas de la hechura de herramientas e información sobre la recolección de alimento, organizar la cacería colectiva y en general enseñar ciertos comportamientos al grupo.

Sigue siendo materia de controversia cómo pudieron haber evolucionado la capacidad biológica para el pensamiento abstracto y el lenguaje humano—y probablemente seguirá siéndolo, ya que la discusión nunca podrá ser zanjada por ninguna prueba directa; los antropólogos sólo disponen de pruebas indirectas como fósiles y artefactos, susceptibles a veces de más de una interpretación—, pero en dos de las teorías principales se presupone que las facultades indicadas se desarrollaron como resultado de que los humanos son animales sociales, es decir, animales que vivían en grupos y enfrentaban al resto de la naturaleza en grupo para sobrevivir y por eso necesitaban medios de comunicarse mutuamente para coordinar sus actividades. Un cerebro capaz de pensamiento abstracto y símbolos de comunicación es, y sólo pudo haber sido, un producto social.

Una teoría es la de que la capacidad de pensamiento abstracto, y la mayor capacidad cerebral necesaria para tal forma de pensar, surgió como una forma para mejor dominar las complejas relaciones sociales—predominio, sumisión, rivalidad, colaboración—dentro de la clase de agrupaciones en que se supone que vivieron las primeras formas del género Homo. La otra teoría, quizá más plausible, es la de que lo que inició el proceso fue la elaboración de herramientas. Por encima del nivel de sencillamente agarrar una piedra y golpearla para darle una forma tosca, hacer herramientas supone idearlas, es decir, que el constructor tiene una imagen mental de lo que va a hacer antes de hacerlo. Esta imagen mental es ya un símbolo.

Siendo capaces de darle forma a herramientas especiales en vez de simplemente usar lo que tuvieran a mano obviamente les habría dado a los capaces de hacerlo un valor de supervivencia agregado; éstos habrían podido obtener con más eficacia lo que necesitaban del resto de la naturaleza para sobrevivir. Los individuos aptos para hacer herramientas a partir de una imagen mental habrían sido favorecidos por el proceso de selección natural de modo que, al paso de un millón de años o más, las especies sucesivas del género Homo habrían evolucionado gradualmente siempre con una capacidad mayor de pensar con símbolos. El resultado final, hace de 100,000 a 200,000 años, seríamos nosotros, especie con un cerebro totalmente capaz de pensamiento abstracto y el empleo de un lenguaje basado en símbolos.

En cuanto los animales del género Homo hubieron desarrollado alguna capacidad de pensamiento abstracto y de habla, habrían ganado la posibilidad de perfeccionar la facultad de hacer herramientas. Aquí, “herramienta” debe entenderse en su sentido más amplio de cualquier cosa hecha para ayudar a los grupos humanos a sobrevivir en el resto de la naturaleza, no sólo hachas y cuchillos de piedra; también telas y chozas, y hacer fuego y otros conocimientos sobre cómo obtener lo que necesitaban del resto de la naturaleza. El sustantivo “herramientas” en su sentido más amplio equivale a “cultura”.

La cultura, como cuerpo coherente de objetos de factura humana y el conocimiento de cómo usarlos, se puede heredar, en el sentido de hacerla pasar de una generación a la siguiente, pero esta herencia no es biológica. Su contenido no es parte de los cerebros con que nacemos y no es trasmitido mediante los genes; las herramientas son heredadas como objetos físicos, y el conocimiento de cómo usarlos, por enseñanza y aprendizaje. De hecho la cultura de la sociedad formada por el grupo dentro del cual los humanos se crían y adquieren dicha cultura es lo que determina cómo se comportan y no su dotación genética. La gran variedad de formas en que diferentes grupos de humanos se han conducido en lugares diferentes y en diferentes épocas debiera ser prueba suficiente de que nuestro comportamiento está gobernado por nuestra cultura y no por nuestros genes.

De ahí la otra definición de seres humanos como “animales portadores de cultura”. En la definición de “especie que maneja símbolos” se subraya el hecho de que el comportamiento humano no está determinado genéticamente, sino que depende de factores no biológicos. Naturalmente esta capacidad para el pensamiento abstracto y para crear cultura tiene una base biológica, en el potencial y la estructura de nuestros cerebros y en el prolongado periodo de desarrollo que tenemos, comparado con el de los demás animales, durante el cual adquirimos la cultura del grupo incluidos sus comportamientos.

Ahora queda claro que lo dicho en el párrafo anterior fue una de las cosas que Childe tenía en mente cuando escogió para su libro el título “El hombre se hace a sí mismo”. La evolución del Homo sapiens no fue un proceso puramente biológico, sino un proceso biológico influido e incluso impulsado por la forma en que las primeras formas del género Homo se comportaron y que dependieron de adaptaciones no biológicas a su medio. La principal adaptación no biológica fue el uso de herramientas cada vez más complejas, herramientas para actuar sobre el resto de la naturaleza para extraer de ella recursos necesarios para sobrevivir. Ya en el siglo XVIII Benjamín Franklin había definido al humano como “el animal que hace herramientas”, y el propio Darwin sugirió que el uso de herramientas por la especie de la que descendemos habría afectado su evolución hasta llegar a nosotros. Como darle forma a partes del resto de la naturaleza le procura medios de subsistencia los marxistas llaman “trabajo” y “producción” a esa actividad; Engels pudo ver también la significación de tal ocupación ya en 1876 en un ensayo publicado en 1896, después de su muerte, con el sugerente título de Papel desempeñado por el trabajo en la transformación del mono en hombre (aun cuando él no había captado muy correctamente el mecanismo de la herencia, ya que parecía creer que las características adquiridas sí podían heredarse).

Las primeras formas del género Homo trabajaron y cambiaron así la naturaleza que incluye al final, como resultado de la operación de la selección natural, el componente biológico de sus descendientes. Es decir que los humanos se hicieron a sí mismos o al menos nos hicieron a nosotros. Otros han expresado esta estrecha relación entre el desarrollo del hacer herramientas, el lenguaje y la cultura, y la evolución biológica del Homo sapiens como “co-evolución”, que es una manera más de decir que somos producto no simplemente de la evolución biológica sino también de la interacción con los factores no biológicos.

Tal como evolucionó, o más bien como co-evolucionó, con la destreza para hacer herramientas y el lenguaje, el Homo sapiens se transformó en una especie animal con postura erecta, visión tridimensional y a colores, sistema vocal capacitado para el habla, manos capaces de usar y hacer herramientas y periodo de crecimiento prolongado durante el cual adquiere la cultura creada por sus congéneres, todo lo cual culminó en un cerebro capaz de pensar abstracta y simbólicamente, así como de trasmitir el conocimiento social y práctico de una generación a otra por medios no biológicos. Tal es nuestra naturaleza y en realidad está fijada biológicamente. Pero no es esta “naturaleza humana” la que necesitamos para cambiar si deseamos avanzar al socialismo. Al contrario, es perfectamente satisfactoria para nosotros y nos permitirá adaptarnos a esa sociedad del mismo modo que nos ha permitido adaptarnos a las otras sociedades en que los miembros de nuestra especie han vivido hasta ahora.